17 junio 2014

El Reino de Dios predicado por Jesús o la Buena Nueva - Alfredo Neira




Para Jesús la Buena Nueva era lo mismo que el Reino de Dios, la presencia  de Dios dentro de nosotros, la Vida eterna o la Verdad.  El siempre insistió en la perentoria necesidad de orar con perseverancia y sin desanimarse jamás. Como nos  lo muestra en la parábola de la viuda y el juez que no temía Dios (Lc. 18, 1-7)o la parábola del que fue a pedir panes  prestados para atender a un visitante inesperado.(Lc. 11, 5-13.)

Con su práctica Jesús confirmó esta gran necesidad de orar. Los cuatro evangelistas mencionan más de quince veces que Jesús después  de cada día de trabajo, de andar predicando y sanando a cientos de personas, él se retiraba a lugares solitarios y tranquilos y se ponía a orar. En algunas ocasiones Jesús se pasó orando toda la noche.(Lc. 6,12)Varias veces los evangelistas mencionan que sus discípulos lo acompañaban en estos momentos de oración y aprendieron con él cómo orar.(Lc. 9,18)

La visita al huerto de Getsemaní constituye el momento más crucial para Jesús como ser humano. El puede sentir la enormidad de los sufrimientos que van a comenzar casi de inmediato. Se postra en el suelo y ora en voz alta al Padre. Cuando encuentra a Pedro y los demás apóstoles dormidos en vez de estar en vela junto con él, Jesús hizo la advertencia más crucial para los que lo seguían en esos momentos y para sus seguidores de todos los tiempos.  “Estén despiertos y orando, para que no caigan en tentación; el espíritu es animoso, pero la carne es débil.” (Mt. 26, 41)

Cuando Jesús insiste en la gran necesidad de orar no se refiere a un simple balbuceo de palabras, sino a una actitud de pobreza, humildad y total sometimiento y confianza en Dios. A una reverente apertura de nuestro espíritu ante la presencia de Dios que siempre habita dentro de nosotros.Esa actitud de oración ante un Dios amoroso y presente en nuestros corazones, implica una renuncia a nuestro propio yo, a nuestros pensamientos e imaginaciones. Es la actitud de ser instrumentos voluntarios y dejar que sea Dios quien actúe en nosotros.

El mensaje central y poderoso de sus tres años de predicación que Jesús llamó la Buena Nueva o la gran noticia es que Dios está presente en el universo y habita dentro de cada uno de nosotros. Y ese Dios Infinito no solo está presente dentro de nosotros sino que nos ama. Esta gran verdad implica que debemos cambiar nuestra forma de pensar en forma radical. Ese cambio se realiza en lo más profundo de nuestros corazones y por eso debemos dejar nuestros propios caminos y seguir los caminos de Dios. “Arrepiéntanse y cambien sus corazones porque el reino de los cielos se ha acercado.” (Mt. 4, 17.) Así gritaba Jesús a lo largo y ancho de toda Palestina.

El Dios creador del universo se había encarnado en Jesús, quien tenía clara conciencia de esta gran realidad.  Pero sus enseñanzas y todos sus milagros incluyendo su resurrección estaban encaminados a hacernos conscientes de que el Dios amoroso encarnado en él también está presente y mora en cada uno de nosotros.
Más tarde en uno de los encuentros con las multitudes que lo seguían para escuchar su mensaje, unos fariseos le interrogaron: “Cuando va a venir el Reino de Dios? Y él les respondió: La venida del Reino de Dios no es cosa que se pueda verificar. No se va a decir: Está aquí o está acá. Y sepan que el Reino de Dios está en medio de ustedes.” Lc. 17, 20-21. En la narración de este hecho Lucas usa la palabra griega (entós) que significa  dentro de vosotros o en vuestras vidas.

Cuando Jesús hizo estas afirmaciones no se refería a algo que va a pasar después de la muerte sino algo que ya está sucediendo ahora. El Reino de Dios se está llevando a cabo ahora, dentro de cada persona. Dios está presente dentro de buenos y malos.
Para Jesús, tener el Reino de Dios es lo mismo que tener la vida eterna. Jesús afirma en Juan 17 que  él vino a comunicar la vida a todos los mortales y para disipar cualquier malentendido como, por ejemplo, que la vida eterna es después de la muerte, Jesús afirmó categóricamente: “Pues esta es la vida eterna: conocerte a ti, único Dios verdadero, y al que enviaste, Jesús el Cristo.” Jn. 17, 1-3.  Está implícito en esta afirmación que el conocimiento de Dios, por la fe al cual Jesús se refiere, debe llevarse a cabo durante la vida presente como un requisito para poder ver a Dios cara a cara después de la muerte.

Para Jesús, tener el Reino de Dios dentro de nosotros o tener la Vida Eterna es lo mismo que tener al Espíritu Santo presente en nuestras vidas.  En los capítulos catorce, quince y dieciséis del evangelio de San Juan Jesús dedica varias horas, antes de su pasión, para explicarnos quien se iba a quedar con nosotros después de su partida al Padre.
Yo rogaré al Padre y él les va a mandar “a otro abogado o intercesor que estará con ustedes siempre.” “Este es el Espíritu de Verdad que el mundo no puede recibir porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes saben que él permanece con ustedes y estará en ustedes.” (Jn. 14, 15-17).

Cuál es la razón de esa permanencia o habitación del Espíritu Santo dentro de nosotros?  “En adelante el Espíritu Santo Intérprete…les va a enseñar todas las cosas y les recordará todas mis palabras.”  (Jn. 14, 26). El Espíritu Santo nos “ayudará a producir mucho fruto, llegando a ser con esto mis auténticos discípulos.” ( Jn. 15, 8). El fruto del cual Jesús habla son las buenas obras de servicio a los demás. Y por último, la permanencia del Espíritu Santo dentro de nosotros es para “introducirnos en la verdad total.” (Jn. 16, 13). Que es,ser conscientes de la presencia de Dios en nosotros.

También, el Reino de Dios para Jesús, es lo mismo que la Verdad.  Ante el tribunal que le juzgaba y representaba a Cesar, Jesús proclama, en forma oficial, que él es Rey y como tal vino a dar testimonio de la Verdad. “Tú lo has dicho: yo soy Rey. Para esto nací, para esto vine al mundo, para ser testigo de la verdad. Todo hombre que está de parte de la verdad, escucha mi voz.” (Jn. 18, 37).

El verdadero seguidor de Jesús cumple con el mandamiento del amor y produce mucho fruto. (Jn. 15,8.) 

Amar a Dios y al prójimo con nuestras acciones es un indicador de que Dios habita en nosotros. (Jn. 14, 23.) Y según Jesús, los que guardan los mandamientos son hijos de la Verdad. “Ustedes serán mis verdaderos discípulos si guardan siempre mi palabra, entonces  conocerán la verdad, y la verdad los hará libres.” (Jn.8, 31-32.) Conocer la Verdad es lo mismo que conocer a Dios y a Jesús. La Verdad es que Dios habita dentro de nosotros y está siempre presente y nos ama. Cuando alguien se deja guiar por el Espíritu Santo se libera de todo lo que quebranta las leyes de armonía del amor y camina al unísono con la voluntad de Dios. Es libre.

La Buena Nueva o el Reino de Dios para Jesús es que Dios es amor. La presencia de Dios en nuestras vidas es la prueba más poderosa de que Dios es amor y nos ama. San Juan, a lo largo de su evangelio y en especial en su Primera Carta expresa categóricamente que “Nosotros hemos encontrado el amor de Dios presente entre nosotros, y hemos creído en su amor. Dios es amor.” (1 Jn. 4, 16).

En varias ocasiones los Evangelios nos presentan a Jesús orando en alta voz, practicando la oración oral.  Varias veces se menciona que Jesús se retiraba a lugares solitarios y tranquilos a orar, pero no se menciona cómo oraba.  En el capítulo sexto de Mateo Jesús mismo nos indica que él practicaba la oración contemplativa en silencio y sin palabras. Y Lucas nos dice que sus discípulos aprendieron de él cómo hacerlo. “Un día se había ido Jesús a un lugar solitario para orar y sus discípulos estaban con él.” (Lc. 9, 18.) En el siguiente evento Jesús nos indica cómo oraba él, cuando se retiraba a solas o con sus discípulos a lugares tranquilos y sin bullicio.

“Tú, cuando reces, entra en tu pieza, cierra la puerta y reza a tu Padre que comparte tus secretos, y tu Padre, que ve los secretos, te premiará. Al orar no multipliques las palabras, como hacen los paganos que piensan que por mucho hablar serán atendidos. Ustedes no recen de ese modo, porque antes que pidan, el Padre sabe lo que necesitan.” (Mt. 6, 6-8.)

Cerrar la puerta, además de un lugar físico, se refiere al recinto interior de nuestro espíritu. La puerta de ese recinto son nuestros ojos. Como Dios habita dentro de nosotros no es necesario, a este nivel de unión íntima con El, decirle con palabras lo que necesitamos pues El ya lo sabe.

Durante sus tres años de ministerio público la gran preocupación de Jesús fue ayudar a sus seguidores a tomar consciencia del gran valor de la presencia de Dios en nosotros. Con muchas parábolas, especialmente en Mateo 13, Jesús trata de enfatizar qué tan valioso es, ser conscientes, de la presencia del Reino de Dios en nosotros.

La presencia de Dios en nosotros es como un tesoro escondido en un campo o como una perla de gran valor.  La presencia de Dios en nosotros es como un grano de mostaza que comienza en pequeño y crece como el arbolito de un huerto. Tomar conciencia de la presencia de Dios es algo dinámico y poderoso que se expande de un ser humano a otro como la levadura que una mujer pone en dos medidas de harina.

A esta forma de orar que es la contemplación, el Catecismo de la Iglesia Católica la llama “El tiempo fuerte por excelencia de la oración, un don de Dios, mirada de fe, silencio, comunión de amor portadora de vida.” (# 2709-2719.)

Si usted desea aprender a ponerse en contacto con el Dios amoroso que siempre ha estado habitando en su corazón y le ama, póngase en contacto con el autor de este artículo: aeneira@yahoo.com. O puede llamar a Alfredo E. Neira, al teléfono: (415) 515-1650 (en Argentina).


Alfredo Neira


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