18 enero 2014

Regreso del exilio, regreso a Dios - Patricia di Marzio

En relación a la pregunta de la semana: los miedos son sentimientos naturales del ser humano, el tema es que hacemos con ellos, nos paralizamos o nos refugiamos en la meditación y seguimos avanzando. 

La meditación es un camino de regreso a nuestro centro, a Dios, allí se abren respuestas, se calman nuestras ansiedades y nuestras angustias, da sus frutos. Hay que perseverar, seguir meditando, hasta que se haga una práctica cotidiana que es el mismo cuerpo que la pide, ese momento de Paz y unión con Dios. María y Jesús también tuvieron miedo en diferentes momentos...sin embargo...tuvieron Fe y Entrega a Dios para avanzar en el camino.

De todos modos, creo que si esos miedos continúan también están queriendo decirnos algo, porque al meditar llegamos a lo más profundo de nosotros mismos, bucear en el alma y en todo caso pedir ayuda si es necesario. Les recomiendo un libro que se llama Evangelizar lo profundo del corazón, Aceptar los límites y sanar las heridas, de Simone Pacot. Les transcribo un párrafo que se relaciona totalmente con el tema de la meditación y en particular con este que estamos hablando. En relación a la parábola del hijo pródigo que vuelve, (Lc 15 11-32) dice: 

"El trayecto de la evangelización de las profundidades es el regreso del exilio. Volvemos a Dios. Abrimos a su luz la integridad de nuestra historia, de nuestro presente. Ninguna parte de nosotros permanecerá más en el exilio. Pero sólo podemos vivir ese regreso si tomamos el tiempo de "entrar en nosotros" y devolvemos al redil aquellas partes que viven en nosotros como ovejas errantes, dispersas, perdidas"

Les mando un abrazo en la Paz de Jesús que nos sana.




Patricia di Marzio


Publicado por:
www.permanecerensuamor.com

1 comentario:

Susurro de Dios dijo...

"Si los miedos continúan pueden decirnos algo"

Miedos, rabia, tristezas, alegrías fugaces, inquietud, en medio de la meditación, en medio del silencio, en medio del mantra sagrado. ¿Qué hacer con ello?

¿Esperamos a que pase?

¿Lo vamos narcotizando con la oquedad de un silencio que lo tape? ¿le camuflamos con un mantra repetido y repetido que impida reconocer que existen esos sentimientos?

O, ¿escuchamos a ver qué dicen, y los tratamos, los miramos con la mirada de Dios, los vemos con la luz de Dios, les permitimos que hablen, que se expresen y nos digan qué hay de verdad en ellos y qué no, qué se puede sanar en ellos, y qué está sano y verdadero, aunque ello signifique cambiar las reglas de la meditación?